Opinión: el regreso de la megasequía, por Fernando Santibáñez académico de la Facultad de Ciencias de la Naturaleza
El 2023 fue un año que nos hizo olvidar que llevamos más de una década de sequía en nuestro país. Los efectos del Niño lograron revertir una tendencia a la cual nos debemos adaptar si queremos sobrevivir, pues el retorno de La Niña, para julio de este año, traerá consigo el regreso de la sequía al territorio nacional.
Sus efectos podrían ser muy duros, especialmente para la agricultura, en la que se prevé una nueva emergencia agrícola en buena parte del país. De la abundante nieve que tuvimos en 2023 ya no queda mucho, sobre todo después del verano cálido que acaba de marcharse.
Desgraciadamente, la preocupación por la sequía en Chile dura tanto como la sequía misma: una vez que termina se nos olvida que tenemos que prepararnos para la próxima. Si bien hemos avanzado en eficiencia hídrica en áreas como la agricultura, minería y paisajismo urbano, vamos a un ritmo más lento que la desertificación provocada por el cambio climático.
Quizás los embalses de Coquimbo no estarían tan vacíos hoy si cuatro o cinco años atrás hubiésemos tenido una política más austera en materia de consumo, si hubiésemos hecho una mejor gestión de cuencas, o si hubiésemos aprovechado de sembrar nubes en años más favorables.
Enfrentar el problema de la crisis hídrica, acentuada por el cambio climático, requiere mucho más que medidas individuales. Debemos trabajar en un programa de acciones que incluyan, entre otras, gestión eficiente y sustentable de las fuentes de agua, una mejor institucionalidad, embalses, infiltración de acuíferos, desalación de agua marina, recuperación de aguas en las secciones bajas de las cuencas, aseguramiento del agua potable rural y educación de la población.
Chile es uno de los países más afectados por las consecuencias del cambio climático global. Nuestro desafío es la adaptación y para eso necesitamos avances que debemos iniciar ahora, porque mañana ya no hablaremos de sequía, sino que de una nueva realidad irreversible.
Sus efectos podrían ser muy duros, especialmente para la agricultura, en la que se prevé una nueva emergencia agrícola en buena parte del país. De la abundante nieve que tuvimos en 2023 ya no queda mucho, sobre todo después del verano cálido que acaba de marcharse.
Desgraciadamente, la preocupación por la sequía en Chile dura tanto como la sequía misma: una vez que termina se nos olvida que tenemos que prepararnos para la próxima. Si bien hemos avanzado en eficiencia hídrica en áreas como la agricultura, minería y paisajismo urbano, vamos a un ritmo más lento que la desertificación provocada por el cambio climático.
Quizás los embalses de Coquimbo no estarían tan vacíos hoy si cuatro o cinco años atrás hubiésemos tenido una política más austera en materia de consumo, si hubiésemos hecho una mejor gestión de cuencas, o si hubiésemos aprovechado de sembrar nubes en años más favorables.
Enfrentar el problema de la crisis hídrica, acentuada por el cambio climático, requiere mucho más que medidas individuales. Debemos trabajar en un programa de acciones que incluyan, entre otras, gestión eficiente y sustentable de las fuentes de agua, una mejor institucionalidad, embalses, infiltración de acuíferos, desalación de agua marina, recuperación de aguas en las secciones bajas de las cuencas, aseguramiento del agua potable rural y educación de la población.
Chile es uno de los países más afectados por las consecuencias del cambio climático global. Nuestro desafío es la adaptación y para eso necesitamos avances que debemos iniciar ahora, porque mañana ya no hablaremos de sequía, sino que de una nueva realidad irreversible.