La otra cara de la Inteligencia Artificial: estos podrían ser sus impactos ambientales en América Latina
El uso de la Inteligencia Artificial (IA) está creciendo astronómicamente en todo el mundo, lo que requiere una enorme cantidad de energía para fabricar semiconductores y provoca una explosión gigantesca en la construcción de centros de datos. Tan grande y rápida es esta expansión que Sam Altman, director de OpenAI, ha advertido de que la IA está llevando a la humanidad hacia una “crisis energética catastrófica”.
“Caminamos para conseguir el agua que necesitamos. Si no caminamos, ¿quién nos la dará?”, pregunta Juan, un hombre de mediana edad nacido en la comunidad rural indígena de Maconí, en el estado de Querétaro, México. “Es un viaje de cuatro horas diarias para conseguir agua… Desde el año pasado, no ha llovido, y este año es lo mismo”. El cultivo de frijoles se ha marchitado y no hay maíz para hacer tortillas, le dijo a Ana Valdivia, experta en Inteligencia Artificial (IA), del Instituto de Internet de Oxford del Reino Unido.
A la crisis hídrica de Maconí causada por el cambio climático, se le suma la enorme demanda de agua exigida por la afluencia de nuevos centros de datos de internet, cuyo ya astronómico consumo de las limitadas agua y electricidad comunitarias está a un paso de aumentar a medida que la IA impulsa un salto exponencial en la demanda global de chips de computadora y capacidad de datos.
Valdivia, que está a punto de publicar un artículo titulado “El capitalismo de la cadena de suministro de la IA”, conoció a Juan durante una protesta comunitaria en el estado de Querétaro (al norte de Ciudad de México) en octubre de 2023, cuando la población exigía el cumplimiento de los derechos fundamentales de acceso al agua.
Querétaro es uno de los estados mexicanos con un alto riesgo de sequía. También es el lugar elegido por los gigantes tecnológicos para desarrollar lo que podría convertirse en el mayor centro de datos de Latinoamérica.
“Querétaro alberga ya diez centros de datos en funcionamiento y planea instalar dieciocho más, algunos de ellos para atender la creciente demanda de ChatGPT”, comenta Valdivia. “Los centros de datos extraen agua potable para sus negocios económicos, mientras que Juan tiene que caminar casi un día para regar sus frijoles y su maíz”. México tiene una ubicación ideal para la proliferación de la industria de datos, explica, debido a que se encuentra entre Norteamérica y América Central y del Sur.
La fuerza impulsora detrás del rápido crecimiento de los centros de datos en México y en todo el mundo en desarrollo es ahora la IA. Los centros de datos y las instalaciones de fabricación de chips, que ya consumen agua y energía a un ritmo insostenible, están a punto de multiplicarse en todo el mundo debido, en gran medida, a la IA, lo que probablemente desencadenará guerras por el agua y la energía entre corporaciones y comunidades.
Auge de la inteligencia artificial, ruina ambiental
La demanda de IA está creciendo a la velocidad de la luz, con ChatGPT que consiguió un millón de usuarios en los primeros cinco días de su lanzamiento en noviembre de 2023. Se espera que la IA crezca un 37 % de 2023 a 2030, según Grand View Research, empresa de inteligencia de mercado. Esa predicción es vista por algunos como una subestimación importante. Un artículo científico sobre el tema publicado en enero de 2022 sugiere que, para el 2027, la demanda mundial de agua solo para fabricar chips y refrigerar centros de datos de IA podría igualar la mitad del consumo del Reino Unido.
Producir un chip de IA requiere entre diez y quince veces más energía que fabricar un chip estándar. Esto se debe a que el aprendizaje automático de la IA precisa de un tipo diferente de procesador informático, denominado unidad de procesamiento gráfico (GPU, por sus siglas en inglés), que utiliza modelos para realizar tareas cada vez más complejas. Las GPU devoran enormes cantidades de energía. Mientras que en 2020 se necesitaban unos 27 kilovatios-hora de energía para entrenar un modelo de IA, en 2022 esta cifra se elevó a un millón de kWh, un impresionante aumento de 37 000 veces. Toda esta potencia de cálculo requiere enormes cantidades de electricidad y agua para refrigeración.
La IA será el motor principal de la duplicación prevista de la demanda mundial de electricidad de los centros de datos para el 2026. Junto con esto viene un gran aumento en el uso del agua. Los principales medios de comunicación ya están informando de que la demanda de energía de la IA podría sobrecargar e incluso colapsar la red eléctrica de Estados Unidos.
¿Y cómo están respondiendo las grandes tecnológicas? Google le dijo a Mongabay que se ha vuelto más eficiente. Un portavoz comentó: “Los centros de datos de Google son diseñados, construidos y operados para maximizar la eficiencia —son más de 1,5 veces más eficientes energéticamente que un centro de datos empresarial típico y, en comparación con cinco años atrás, ahora ofrecemos alrededor de tres veces más potencia informática con la misma cantidad de energía eléctrica—”.
Además, las grandes empresas tecnológicas como Microsoft, Meta, Amazon, Apple y Google confían en que el titánico poder informático que ofrecen será bueno para todos. “El aumento de la inversión y un enfoque político en las tecnologías de IA pueden desbloquear nuevas oportunidades, desde el cuidado de la salud y la agricultura sostenible hasta los servicios financieros y más”, prometió Sundar Pichai, director ejecutivo de Google, en el sitio web de la compañía: Google en América Latina.
Pero mientras la industria avanza a pasos agigantados, con su maquinaria de relaciones públicas pregonando sus credenciales ecológicas, como este entretenido video de Apple, los críticos siguen sin estar convencidos. Señalan, por ejemplo, que el principal objetivo de la IA hoy en día es la publicidad, lo que podría acelerar aún más la crisis mundial de consumo excesivo que destruye el medioambiente de la Tierra.
La IA tiene otras características preocupantes. En la fabricación de chips intervienen cientos de sustancias químicas, entre ellas las altamente tóxicas PFAS, una familia de alrededor de 12 000 sustancias químicas que no se descomponen en el medioambiente hasta después de decenas de miles de años, lo que les ha valido el sobrenombre de sustancias químicas eternas. Descritos como esenciales para la fabricación de semiconductores, estos productos sintéticos se bioacumulan, es decir, son absorbidos por los organismos más rápido de lo que pueden ser excretados, por lo que se acumulan en el interior del organismo con el paso del tiempo. Las PFAS se han relacionado con enfermedades graves, incluido el cáncer, y aunque la industria de los semiconductores ha eliminado de manera gradual el uso de algunas PFAS, sigue dependiendo de las sustancias químicas eternas.
A esto hay que agregarle que el menú de minerales necesarios para fabricar chips se ha disparado de 11 a más de 60, incluidos el galio y el germanio, que carecen de normas federales de calidad en Estados Unidos y otros países y cuyos conocimientos sobre efectos sanitarios y ecológicos son “limitados”, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. Si este cóctel químico llegara a contaminar el suministro de agua de Latinoamérica, los gobiernos de la región contarían con pocos recursos para llevar a cabo limpiezas de envergadura.
En noviembre de 2016, la gente salió a las calles de Dublín (Irlanda) para protestar por la decisión del Gobierno de permitir a Apple construir un centro de datos en el condado de Galway. Foto: cortesía de Data Center Dynamics.
Historia de la fabricación de chips.
La fabricación de chips floreció en Estados Unidos, más que nada en Silicon Valley (California), pero las empresas pronto trasladaron la mayor parte de su producción a otros países para reducir costos y, posiblemente, desviar las críticas en su país por los crecientes niveles de contaminación.
Para los gigantes de la tecnología, fue una decisión empresarial sensata. “Se mantiene todo el diseño y la propiedad intelectual en casa y se realizan todas las ventas, el marketing y los servicios en casa también, y ahí es donde se gana dinero”, dijo William Alan Reinsch, asesor principal del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de expertos en seguridad nacional. Pero añadió: “Se construye una gran fábrica [en el extranjero] y se producen estos [chips] por miles, y se hace en un país con salarios bajos, sin sindicatos y que probablemente no tenga requisitos ambientales”.
Taiwán fue uno de los primeros destinos de lo que Valdivia describe como un enfoque colonial. La Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) es ahora el mayor fabricante de chips del mundo. Entre sus clientes está Apple, a la que suministra los chips que hacen funcionar los iPhones. Sin embargo, no tardaron en surgir problemas ambientales en Taiwán. Ya en 2009 se habían detectado altas concentraciones de PFAS en los ríos locales. Las graves sequías recientes también han enfrentado a los agricultores locales con los fabricantes de chips del lugar.
Al deteriorarse las relaciones entre China y Estados Unidos, los fabricantes se sintieron vulnerables. “Si China invadiera Taiwán, sería el mayor impacto que hemos visto en la economía mundial”, le dijo a Business Insider Glenn O’Donnell, director de investigación de Forrester Research.
“Los semiconductores se han convertido casi en el oxígeno de la economía mundial. Sin los chips, no se puede respirar”, añadió O’Donnell. Y tarde o temprano esta invasión parece probable, ya que el control de Taiwán es fundamental para el objetivo del presidente chino Xi Jinping de lograr un “gran rejuvenecimiento de la nación china” para 2049, el centenario de la República Popular China.
Desde entonces, las empresas tecnológicas han intentado reducir su dependencia de Taiwán. Algunas están construyendo nuevas instalaciones en Estados Unidos. Intel, uno de los mayores fabricantes de chips semiconductores del mundo, está construyendo fábricas con un costo de más de veinte mil millones de dólares en Ohio; Micron, productor de memorias y datos informáticos, gastará cien mil millones de dólares en una fábrica de chips en el estado de Nueva York; la surcoreana Samsung Electronics, la mayor empresa de tecnología de la información y fabricante de chips del mundo, está construyendo en Texas una planta de veinticinco mil millones de dólares, y TSMC está invirtiendo cuarenta mil millones de dólares en dos plantas en Arizona. Dos de estos lugares, Arizona y Texas, ya sufren una grave escasez de agua provocada por el cambio climático y esa crisis podría colisionar bruscamente con la fabricación de chips. En 2022, por ejemplo, solo TSMC consumió alrededor de 97 millones de toneladas métricas de agua para su negocio.
América Latina como centro de fabricación de IA
En la actualidad, las empresas de alta tecnología buscan fábricas de chips y ubicaciones de centros de datos fuera de Estados Unidos, sobre todo en Latinoamérica. “Los países latinoamericanos suelen tener menos regulaciones ambientales que Estados Unidos y Europa y la energía y el agua son más baratas”, le comentó a Mongabay Sebastián Lehuedé, profesor de ética, IA y sociedad del Departamento de Humanidades Digitales del King’s College de Londres.
En 2023, Costa Rica y Panamá anunciaron su intención de crear el primer centro de fabricación de chips de América Central. En 2024, la República Dominicana dejó en claro que quería desempeñar un papel clave en la fabricación de chips. Las autoridades brasileñas y taiwanesas han mantenido conversaciones para “liberar el ‘potencial’ del mercado de semiconductores de Brasil”. En octubre de 2023, el periódico estadounidense Dallas News informó que, mientras “Estados Unidos y China compiten por el dominio de la industria mundial de semiconductores, Latinoamérica se ha convertido en un campo de batalla clave”.
El volumen de datos procesados en los centros latinoamericanos se ha duplicado desde 2020, según CBRE. Se espera que el volumen de procesamiento crezca más del 9 % anual entre 2024 y 2029, de acuerdo con Mordor Intelligence, e incluso se espera que el volumen de datos procesados en México supere ese ritmo frenético, superando el 11 % de crecimiento anual entre 2021 y 2026. Lo que estamos viendo es el “ascenso meteórico de los centros de datos en América Latina”, según Layer 9, un proveedor de centros de datos enfocado en la región.
En 2012, los agricultores taiwaneses protestaron frente a la Oficina Presidencial en Taipéi contra el desvío de agua de riego de las tierras de cultivo al Parque Científico Central de Taiwán.
Costa Rica: el epicentro de las grandes tecnológicas
Dado que las grandes empresas tecnológicas se presentan como limpias, ecológicas y sostenibles, la industria se mostró más que nada satisfecha con sus planes de crear un centro de fabricación en Costa Rica, país ampliamente considerado como pionero mundial en sostenibilidad ambiental, junto con un desarrollo económico inteligente y con conciencia social.
“Estados Unidos ve a Costa Rica como un socio para garantizar que la cadena de suministro de semiconductores pueda seguir el ritmo de la transformación digital en curso”, dijo Cynthia Telles, embajadora de Estados Unidos en Costa Rica, en julio de 2023.
“El producto interno bruto de Costa Rica no puede entenderse sin las operaciones de Intel en el país”, le dijo a Mongabay Pablo Gámez Cersosimo, investigador costarricense especializado en tecnología y biodiversidad. “Desde 2020, Intel ha exportado 28 millones de unidades de productos a 128 clientes en 44 países. Opera un centro de investigación y desarrollo dedicado al diseño, prototipo, prueba y validación de soluciones de circuitos integrados y plataformas, así como una planta de ensamblaje y prueba de procesadores. También opera un centro de servicios globales. Intel emplea a 3 300 personas directamente en Costa Rica y, en la actualidad, está llevando a cabo una expansión de 1200 millones de dólares”.
Sin embargo, su papel como centro de alta tecnología plantea riesgos ambientales reales para Costa Rica. Casi toda la energía del país proviene de fuentes renovables, principalmente hidroeléctricas y algunas eólicas. Pero en 2023, Costa Rica sufrió una grave sequía que se produjo con un aumento de solo 1,2 °C en la temperatura media anual del planeta desde la era preindustrial.
“La falta de lluvias provocó una disminución de la capacidad de generación hidroeléctrica de Costa Rica”, explica Gámez Cersosimo. Durante la sequía de 2023, el Gobierno se vio obligado a importar petróleo para hacer funcionar sus centrales termoeléctricas.
“Costa Rica corre el riesgo de sufrir… catástrofes naturales”, según el Fondo Mundial para la Reducción de los Desastres y la Recuperación. “La tendencia de los últimos 40 años sugiere un fortalecimiento del ciclo hidrológico, con lluvias más intensas durante períodos más cortos”. Se espera que esa tendencia empeore en el futuro a medida que el cambio climático traiga consigo “una mayor frecuencia o intensidad de fenómenos extremos como inundaciones y sequías”.
Según el ex viceministro de Medio Ambiente Rafael Gutiérrez, el compromiso del Gobierno con la sostenibilidad ambiental ha flaqueado con los años. “Hicimos cosas muy buenas hace décadas, y todavía tenemos buenos resultados de ello”, dijo. “Pero los controles se han debilitado y los presupuestos se han reducido. En algunos sectores, ha crecido la idea de que el medioambiente es un obstáculo para el desarrollo”.
Gámez Cersosimo teme que el consumo intensivo de agua y energía producto de la fabricación de chips, junto con la escalada del cambio climático, empeoren las cosas. “En este contexto, asistimos a la llegada de la industria de semiconductores, que depende de millones de litros de agua por día”, comentó.
Impacto ambiental y social
Antes de que la IA empiece a hacer sus épicas demandas de agua y energía, ya están llegando informes de todo el mundo sobre el impacto que los centros de datos están teniendo en los suministros. El número de centros está creciendo tanto en Nigeria —donde se sitúan al lado de ciudadanos que luchan cada día por conseguir suficiente agua potable— como en Uruguay, que sigue adelante con la expansión de los centros de datos a pesar de sufrir una sequía récord. Incluso en India, un país donde los ríos se están secando y las aguas subterráneas están casi agotadas, hay un fuerte crecimiento de los centros de datos.
De acuerdo con Valdivia, los graves problemas socioambientales que causan estos centros se derivan de una evaluación inadecuada durante la planificación, ya que las autoridades, cuando dan el visto bueno a un centro de datos, no tienen en cuenta el ciclo de vida completo de la instalación. “La cadena de suministro comienza con la extracción de recursos naturales, sigue con la fabricación de chips, continúa con los datos operativos de los centros de datos y la IA y concluye con el vertido de residuos electrónicos”, comenta. Las repercusiones son mayores y van más allá de lo que se calcula a priori.
Muchos analistas prevén que la situación empeore.
En un estudio realizado en febrero de 2024 por Josh Lepawsky, profesor de geografía de la Universidad Memorial de Terranova y Labrador (Canadá), se reveló que el 40 % de las instalaciones de semiconductores existentes ya se encuentran en cuencas fluviales con riesgo alto o extremadamente alto de estrés hídrico entre 2030 y 2040.
El deseo extremo de muchos gobiernos de países en desarrollo de atraer inversiones extranjeras causa otros problemas, dado que los funcionarios tienden a dar prioridad a las exigencias de las grandes tecnológicas sobre las continuas y cotidianas necesidades de la población local.
“Cuando el huracán María y el huracán Irma devastaron Puerto Rico, los centros de datos de la isla no pasaron hambre de energía ni sed de agua”, dijo a Mongabay Steven González, experto en centros de datos, cuya familia viene de Puerto Rico. “No tuvieron tiempo de inactividad, incluso cuando los ciudadanos estuvieron sin agua ni electricidad durante meses”. (Google y sus empleados donaron 1,5 millones de dólares a los esfuerzos de recuperación del huracán María).
Externalizar el trabajo sucio de la IA
Las grandes empresas tecnológicas suelen instalarse en países donde los trabajadores ya están mal pagados y la normativa es laxa. Una de las razones es un hecho poco conocido sobre la IA: se necesita un ejército de mano de obra para producir estos productos cibernéticos en apariencia mágicos, inteligentes y automatizados. El texto, las imágenes y los videos de la IA deben ser clasificados, categorizados, limpiados y desintoxicados por humanos, todo de acuerdo con los estándares culturales de Estados Unidos —incluidas las normas estadounidenses sobre incitación al odio, pornografía y violencia extrema— y, en general, son personas de otros países las que realizan este trabajo repetitivo, a menudo aburrido y emocionalmente estresante.
Julián Posada, profesor adjunto del programa de Estudios Americanos de la Universidad de Yale, le contó a Mongabay que gran parte de este trabajo se realizaba históricamente en India, Pakistán y Bangladesh. También se ha denunciado en Filipinas la existencia de talleres clandestinos de explotación de datos de IA, así como la explotación y abuso de trabajadores. Más cerca en el tiempo, América Latina se ha convertido en un punto clave.
Oskarina Fuentes, ingeniera petrolera de formación, le dijo a El País que la crisis económica que estalló en 2016 en Venezuela la obligó a abandonar el país y convertirse en trabajadora invisible de IA en la vecina Colombia. Fuentes trabaja para Appen, una plataforma virtual australiana que recopila datos para las grandes tecnológicas. Su función es “etiquetar datos, mejorar el rendimiento de los bots online”, para lo que ella gana entre 200 y 300 dólares al mes, cerca del salario mínimo.
Dondequiera que haya hiperinflación y una crisis económica pero una buena infraestructura de internet, las empresas de IA vienen a ofrecer trabajo de datos, dijo Posada. Debido a su grave situación económica, dice, Argentina sigue ahora el mismo camino que Venezuela y Colombia.
“Es un modelo muy atractivo para las grandes tecnológicas porque le puedes pagar a la gente centavos de dólar”, declara Posada. Los trabajadores están aislados, no sindicados y bajo vigilancia constante, “por lo que, si su productividad es considerada inadecuada por el algoritmo, pueden ser despedidos a la brevedad”.
Sin embargo, las empresas, dice, no suelen velar tanto por el cumplimiento de la normativa laboral vigente. “Hay muchas pruebas de niños que hacen este trabajo”, comenta Posada. Gran parte de los trabajos no son aptos para adultos, y mucho menos para niños. Posada mostró a Mongabay una plataforma llamada Hive, donde se ofrecía una serie de trabajos de datos, algunos de ellos con el símbolo de un cuchillo que indicaba contenido violento. El símbolo del cuchillo se añadió recientemente, explicó, como única indicación de que los niños no deberían realizar este trabajo. No es extraño que realizar estas tareas día tras día pueda afectar a la salud mental de los trabajadores.
Lehuedé dijo a Mongabay que las empresas tecnológicas europeas y norteamericanas se han destacado en la “externalización del daño”. Se ha demostrado que este tipo de trabajo desmoralizador de la IA está minando la salud mental de los trabajadores de todo el mundo.
Comprar para salir del paso
Las grandes tecnológicas saben que el consumo de energía y agua por parte de la IA está creciendo de forma muy rápida y convirtiéndose en una preocupación política y pública. Sin embargo, Google dijo a Mongabay que algunas de las predicciones más alarmistas pueden no ser exactas.
“Con la IA en un punto de inflexión, predecir el crecimiento futuro del uso de energía y las emisiones de la informática de IA en nuestros centros de datos es un desafío. Históricamente, el consumo energético de los centros de datos ha crecido mucho más despacio que la demanda de potencia de cálculo”, dijo el portavoz de Google. “Hemos utilizado prácticas probadas para reducir la huella de carbono de las cargas de trabajo en grandes márgenes; juntos, estos principios pueden reducir la energía del entrenamiento de un modelo hasta 100 veces y las emisiones hasta 1000 veces. Tenemos previsto seguir aplicando estas prácticas probadas y continuar desarrollando nuevas formas de hacer más eficiente la informática de IA”.
Sin embargo, otros líderes de la industria de la IA reconocen que es muy probable que el actual auge de la alta tecnología no sea sostenible, que el mundo no puede generar suficiente electricidad para sostener la floreciente industria, aunque evitan hablar de los impactos ambientales de la industria.
El director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, advirtió en el Foro Económico Mundial de enero que la industria de la IA, y el mundo, se dirigen hacia una crisis energética catastrófica. “No hay forma [de avanzar] sin un gran avance”, dijo. La solución, añadió, es la fusión nuclear.
En la actualidad, Altman está en conversaciones con inversores, entre ellos el Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos, para conseguir financiación para un audaz plan que podría requerir recaudar entre 5 y 7 billones de dólares —lo que sería la mayor inversión individual de la historia mundial—, para financiar un programa de investigación de choque para una transformación energética planetaria.
Pero incluso si la fusión nuclear a esta gran escala resulta viable, los resultados se notarían recién a mediados de siglo, dicen los críticos, e incluso entonces la solución no resolvería la inminente crisis hídrica ni la crisis de la contaminación, sino que la agravaría enormemente.
Los analistas dicen que la idea de Altman también es simplista porque no tiene en cuenta los efectos adversos que un proyecto de infraestructura energética tan gigantesco tendría en los nueve límites planetarios, de los cuales la humanidad ya ha transgredido de forma peligrosa seis.
Johan Rockström, científico especializado en el sistema terrestre, afirmó no hace mucho que lo que se necesita con urgencia hoy en día es “una transformación global de la sostenibilidad” y que cualquier esfuerzo humano a gran escala que se emprenda ahora debe considerar con cuidado sus impactos positivos y negativos en los nueve límites planetarios, de los cuales el cambio climático es solo uno.
Sin la realización de esta evaluación ambiental integral, el avance energético de Altman solo podría acelerar el crecimiento, lo que crearía problemas de pesadilla. Por ejemplo, antes de continuar con un proyecto de este tipo, sería importante evaluar la contaminación provocada por la rápida intensificación de la IA y los residuos electrónicos de los centros de datos (que ya son el flujo de residuos de más rápido crecimiento y más tóxicos del mundo), por no mencionar el riesgo que plantean las nuevas centrales nucleares de fusión.
Otros abogan por un enfoque totalmente distinto. Señalan que muchos de los datos que se almacenan en estos centros son basura irrelevante, ya que el 80 % proviene de videos, y que es hora de limpiar nuestro vasto desván electrónico. Estos críticos quieren controles de calidad mucho más estrictos y normas de seguridad más rigurosas para la IA. También quieren un proceso de consulta mucho más amplio antes de dar luz verde a la construcción de nuevos centros de datos.
Valdivia afirma que “el capitalismo de la cadena de suministro de la IA debería analizarse desde ‘abajo y a la izquierda’”, un lema acuñado por el movimiento revolucionario zapatista de México que sostiene que las economías deben examinarse desde la perspectiva de los oprimidos históricos.
Dice que esto “aporta una perspectiva radical y crítica, desvelando los daños algorítmicos relacionados con el extractivismo, la desposesión y la capacidad destructiva del capitalismo. Dado el contexto actual de emergencia climática, la comunidad de la IA debería adoptar esta perspectiva”.
Algunos científicos del sistema Tierra piensan en la misma línea, argumentando que a los nueve límites planetarios ambientales para mantener un “espacio operativo seguro para la humanidad” hay que añadirles un décimo límite social que evalúe la justicia humana.
“Necesitamos mantener una conversación democrática a escala mundial sobre la distribución de los centros de datos, una que dé voz y derechos a la gran extensión de la humanidad y a la enorme diversidad de la naturaleza”, dijo Lehuedé. “Creo que el núcleo del problema es la imposición de una visión ecológica tecnológica por parte del norte global al sur global”.
Esta imposición no es nueva en la IA. Tiene 500 años de historia en América Latina. De acuerdo con Valdivia, los colonizadores españoles desviaron el agua hacia sus asentamientos elitistas e industrias, lo que condujo “a una desestabilización de los equilibrios hídricos naturales y al despojo de las comunidades indígenas en Querétaro“, en México.
Las comunidades latinoamericanas se muestran cada vez más recelosas ante lo que consideran injusticias ambientales y sociales impuestas por las grandes tecnológicas. Valdivia recuerda que, cuando se acercaba el Día de los Muertos, se encontró con una protesta frente al edificio de la municipalidad de Querétaro. Los manifestantes portaban carteles en los que se leía: “No es sequía, sino saqueo”, “El agua no es un negocio” y “Agua para la gente, no para las empresas”. Quizá sea hora de que Google y los demás escuchen, dijo.
“Caminamos para conseguir el agua que necesitamos. Si no caminamos, ¿quién nos la dará?”, pregunta Juan, un hombre de mediana edad nacido en la comunidad rural indígena de Maconí, en el estado de Querétaro, México. “Es un viaje de cuatro horas diarias para conseguir agua… Desde el año pasado, no ha llovido, y este año es lo mismo”. El cultivo de frijoles se ha marchitado y no hay maíz para hacer tortillas, le dijo a Ana Valdivia, experta en Inteligencia Artificial (IA), del Instituto de Internet de Oxford del Reino Unido.
A la crisis hídrica de Maconí causada por el cambio climático, se le suma la enorme demanda de agua exigida por la afluencia de nuevos centros de datos de internet, cuyo ya astronómico consumo de las limitadas agua y electricidad comunitarias está a un paso de aumentar a medida que la IA impulsa un salto exponencial en la demanda global de chips de computadora y capacidad de datos.
Valdivia, que está a punto de publicar un artículo titulado “El capitalismo de la cadena de suministro de la IA”, conoció a Juan durante una protesta comunitaria en el estado de Querétaro (al norte de Ciudad de México) en octubre de 2023, cuando la población exigía el cumplimiento de los derechos fundamentales de acceso al agua.
Querétaro es uno de los estados mexicanos con un alto riesgo de sequía. También es el lugar elegido por los gigantes tecnológicos para desarrollar lo que podría convertirse en el mayor centro de datos de Latinoamérica.
“Querétaro alberga ya diez centros de datos en funcionamiento y planea instalar dieciocho más, algunos de ellos para atender la creciente demanda de ChatGPT”, comenta Valdivia. “Los centros de datos extraen agua potable para sus negocios económicos, mientras que Juan tiene que caminar casi un día para regar sus frijoles y su maíz”. México tiene una ubicación ideal para la proliferación de la industria de datos, explica, debido a que se encuentra entre Norteamérica y América Central y del Sur.
La fuerza impulsora detrás del rápido crecimiento de los centros de datos en México y en todo el mundo en desarrollo es ahora la IA. Los centros de datos y las instalaciones de fabricación de chips, que ya consumen agua y energía a un ritmo insostenible, están a punto de multiplicarse en todo el mundo debido, en gran medida, a la IA, lo que probablemente desencadenará guerras por el agua y la energía entre corporaciones y comunidades.
Auge de la inteligencia artificial, ruina ambiental
La demanda de IA está creciendo a la velocidad de la luz, con ChatGPT que consiguió un millón de usuarios en los primeros cinco días de su lanzamiento en noviembre de 2023. Se espera que la IA crezca un 37 % de 2023 a 2030, según Grand View Research, empresa de inteligencia de mercado. Esa predicción es vista por algunos como una subestimación importante. Un artículo científico sobre el tema publicado en enero de 2022 sugiere que, para el 2027, la demanda mundial de agua solo para fabricar chips y refrigerar centros de datos de IA podría igualar la mitad del consumo del Reino Unido.
Producir un chip de IA requiere entre diez y quince veces más energía que fabricar un chip estándar. Esto se debe a que el aprendizaje automático de la IA precisa de un tipo diferente de procesador informático, denominado unidad de procesamiento gráfico (GPU, por sus siglas en inglés), que utiliza modelos para realizar tareas cada vez más complejas. Las GPU devoran enormes cantidades de energía. Mientras que en 2020 se necesitaban unos 27 kilovatios-hora de energía para entrenar un modelo de IA, en 2022 esta cifra se elevó a un millón de kWh, un impresionante aumento de 37 000 veces. Toda esta potencia de cálculo requiere enormes cantidades de electricidad y agua para refrigeración.
La IA será el motor principal de la duplicación prevista de la demanda mundial de electricidad de los centros de datos para el 2026. Junto con esto viene un gran aumento en el uso del agua. Los principales medios de comunicación ya están informando de que la demanda de energía de la IA podría sobrecargar e incluso colapsar la red eléctrica de Estados Unidos.
¿Y cómo están respondiendo las grandes tecnológicas? Google le dijo a Mongabay que se ha vuelto más eficiente. Un portavoz comentó: “Los centros de datos de Google son diseñados, construidos y operados para maximizar la eficiencia —son más de 1,5 veces más eficientes energéticamente que un centro de datos empresarial típico y, en comparación con cinco años atrás, ahora ofrecemos alrededor de tres veces más potencia informática con la misma cantidad de energía eléctrica—”.
Además, las grandes empresas tecnológicas como Microsoft, Meta, Amazon, Apple y Google confían en que el titánico poder informático que ofrecen será bueno para todos. “El aumento de la inversión y un enfoque político en las tecnologías de IA pueden desbloquear nuevas oportunidades, desde el cuidado de la salud y la agricultura sostenible hasta los servicios financieros y más”, prometió Sundar Pichai, director ejecutivo de Google, en el sitio web de la compañía: Google en América Latina.
Pero mientras la industria avanza a pasos agigantados, con su maquinaria de relaciones públicas pregonando sus credenciales ecológicas, como este entretenido video de Apple, los críticos siguen sin estar convencidos. Señalan, por ejemplo, que el principal objetivo de la IA hoy en día es la publicidad, lo que podría acelerar aún más la crisis mundial de consumo excesivo que destruye el medioambiente de la Tierra.
La IA tiene otras características preocupantes. En la fabricación de chips intervienen cientos de sustancias químicas, entre ellas las altamente tóxicas PFAS, una familia de alrededor de 12 000 sustancias químicas que no se descomponen en el medioambiente hasta después de decenas de miles de años, lo que les ha valido el sobrenombre de sustancias químicas eternas. Descritos como esenciales para la fabricación de semiconductores, estos productos sintéticos se bioacumulan, es decir, son absorbidos por los organismos más rápido de lo que pueden ser excretados, por lo que se acumulan en el interior del organismo con el paso del tiempo. Las PFAS se han relacionado con enfermedades graves, incluido el cáncer, y aunque la industria de los semiconductores ha eliminado de manera gradual el uso de algunas PFAS, sigue dependiendo de las sustancias químicas eternas.
A esto hay que agregarle que el menú de minerales necesarios para fabricar chips se ha disparado de 11 a más de 60, incluidos el galio y el germanio, que carecen de normas federales de calidad en Estados Unidos y otros países y cuyos conocimientos sobre efectos sanitarios y ecológicos son “limitados”, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. Si este cóctel químico llegara a contaminar el suministro de agua de Latinoamérica, los gobiernos de la región contarían con pocos recursos para llevar a cabo limpiezas de envergadura.
En noviembre de 2016, la gente salió a las calles de Dublín (Irlanda) para protestar por la decisión del Gobierno de permitir a Apple construir un centro de datos en el condado de Galway. Foto: cortesía de Data Center Dynamics.
Historia de la fabricación de chips.
La fabricación de chips floreció en Estados Unidos, más que nada en Silicon Valley (California), pero las empresas pronto trasladaron la mayor parte de su producción a otros países para reducir costos y, posiblemente, desviar las críticas en su país por los crecientes niveles de contaminación.
Para los gigantes de la tecnología, fue una decisión empresarial sensata. “Se mantiene todo el diseño y la propiedad intelectual en casa y se realizan todas las ventas, el marketing y los servicios en casa también, y ahí es donde se gana dinero”, dijo William Alan Reinsch, asesor principal del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de expertos en seguridad nacional. Pero añadió: “Se construye una gran fábrica [en el extranjero] y se producen estos [chips] por miles, y se hace en un país con salarios bajos, sin sindicatos y que probablemente no tenga requisitos ambientales”.
Taiwán fue uno de los primeros destinos de lo que Valdivia describe como un enfoque colonial. La Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) es ahora el mayor fabricante de chips del mundo. Entre sus clientes está Apple, a la que suministra los chips que hacen funcionar los iPhones. Sin embargo, no tardaron en surgir problemas ambientales en Taiwán. Ya en 2009 se habían detectado altas concentraciones de PFAS en los ríos locales. Las graves sequías recientes también han enfrentado a los agricultores locales con los fabricantes de chips del lugar.
Al deteriorarse las relaciones entre China y Estados Unidos, los fabricantes se sintieron vulnerables. “Si China invadiera Taiwán, sería el mayor impacto que hemos visto en la economía mundial”, le dijo a Business Insider Glenn O’Donnell, director de investigación de Forrester Research.
“Los semiconductores se han convertido casi en el oxígeno de la economía mundial. Sin los chips, no se puede respirar”, añadió O’Donnell. Y tarde o temprano esta invasión parece probable, ya que el control de Taiwán es fundamental para el objetivo del presidente chino Xi Jinping de lograr un “gran rejuvenecimiento de la nación china” para 2049, el centenario de la República Popular China.
Desde entonces, las empresas tecnológicas han intentado reducir su dependencia de Taiwán. Algunas están construyendo nuevas instalaciones en Estados Unidos. Intel, uno de los mayores fabricantes de chips semiconductores del mundo, está construyendo fábricas con un costo de más de veinte mil millones de dólares en Ohio; Micron, productor de memorias y datos informáticos, gastará cien mil millones de dólares en una fábrica de chips en el estado de Nueva York; la surcoreana Samsung Electronics, la mayor empresa de tecnología de la información y fabricante de chips del mundo, está construyendo en Texas una planta de veinticinco mil millones de dólares, y TSMC está invirtiendo cuarenta mil millones de dólares en dos plantas en Arizona. Dos de estos lugares, Arizona y Texas, ya sufren una grave escasez de agua provocada por el cambio climático y esa crisis podría colisionar bruscamente con la fabricación de chips. En 2022, por ejemplo, solo TSMC consumió alrededor de 97 millones de toneladas métricas de agua para su negocio.
América Latina como centro de fabricación de IA
En la actualidad, las empresas de alta tecnología buscan fábricas de chips y ubicaciones de centros de datos fuera de Estados Unidos, sobre todo en Latinoamérica. “Los países latinoamericanos suelen tener menos regulaciones ambientales que Estados Unidos y Europa y la energía y el agua son más baratas”, le comentó a Mongabay Sebastián Lehuedé, profesor de ética, IA y sociedad del Departamento de Humanidades Digitales del King’s College de Londres.
En 2023, Costa Rica y Panamá anunciaron su intención de crear el primer centro de fabricación de chips de América Central. En 2024, la República Dominicana dejó en claro que quería desempeñar un papel clave en la fabricación de chips. Las autoridades brasileñas y taiwanesas han mantenido conversaciones para “liberar el ‘potencial’ del mercado de semiconductores de Brasil”. En octubre de 2023, el periódico estadounidense Dallas News informó que, mientras “Estados Unidos y China compiten por el dominio de la industria mundial de semiconductores, Latinoamérica se ha convertido en un campo de batalla clave”.
El volumen de datos procesados en los centros latinoamericanos se ha duplicado desde 2020, según CBRE. Se espera que el volumen de procesamiento crezca más del 9 % anual entre 2024 y 2029, de acuerdo con Mordor Intelligence, e incluso se espera que el volumen de datos procesados en México supere ese ritmo frenético, superando el 11 % de crecimiento anual entre 2021 y 2026. Lo que estamos viendo es el “ascenso meteórico de los centros de datos en América Latina”, según Layer 9, un proveedor de centros de datos enfocado en la región.
En 2012, los agricultores taiwaneses protestaron frente a la Oficina Presidencial en Taipéi contra el desvío de agua de riego de las tierras de cultivo al Parque Científico Central de Taiwán.
Costa Rica: el epicentro de las grandes tecnológicas
Dado que las grandes empresas tecnológicas se presentan como limpias, ecológicas y sostenibles, la industria se mostró más que nada satisfecha con sus planes de crear un centro de fabricación en Costa Rica, país ampliamente considerado como pionero mundial en sostenibilidad ambiental, junto con un desarrollo económico inteligente y con conciencia social.
“Estados Unidos ve a Costa Rica como un socio para garantizar que la cadena de suministro de semiconductores pueda seguir el ritmo de la transformación digital en curso”, dijo Cynthia Telles, embajadora de Estados Unidos en Costa Rica, en julio de 2023.
“El producto interno bruto de Costa Rica no puede entenderse sin las operaciones de Intel en el país”, le dijo a Mongabay Pablo Gámez Cersosimo, investigador costarricense especializado en tecnología y biodiversidad. “Desde 2020, Intel ha exportado 28 millones de unidades de productos a 128 clientes en 44 países. Opera un centro de investigación y desarrollo dedicado al diseño, prototipo, prueba y validación de soluciones de circuitos integrados y plataformas, así como una planta de ensamblaje y prueba de procesadores. También opera un centro de servicios globales. Intel emplea a 3 300 personas directamente en Costa Rica y, en la actualidad, está llevando a cabo una expansión de 1200 millones de dólares”.
Sin embargo, su papel como centro de alta tecnología plantea riesgos ambientales reales para Costa Rica. Casi toda la energía del país proviene de fuentes renovables, principalmente hidroeléctricas y algunas eólicas. Pero en 2023, Costa Rica sufrió una grave sequía que se produjo con un aumento de solo 1,2 °C en la temperatura media anual del planeta desde la era preindustrial.
“La falta de lluvias provocó una disminución de la capacidad de generación hidroeléctrica de Costa Rica”, explica Gámez Cersosimo. Durante la sequía de 2023, el Gobierno se vio obligado a importar petróleo para hacer funcionar sus centrales termoeléctricas.
“Costa Rica corre el riesgo de sufrir… catástrofes naturales”, según el Fondo Mundial para la Reducción de los Desastres y la Recuperación. “La tendencia de los últimos 40 años sugiere un fortalecimiento del ciclo hidrológico, con lluvias más intensas durante períodos más cortos”. Se espera que esa tendencia empeore en el futuro a medida que el cambio climático traiga consigo “una mayor frecuencia o intensidad de fenómenos extremos como inundaciones y sequías”.
Según el ex viceministro de Medio Ambiente Rafael Gutiérrez, el compromiso del Gobierno con la sostenibilidad ambiental ha flaqueado con los años. “Hicimos cosas muy buenas hace décadas, y todavía tenemos buenos resultados de ello”, dijo. “Pero los controles se han debilitado y los presupuestos se han reducido. En algunos sectores, ha crecido la idea de que el medioambiente es un obstáculo para el desarrollo”.
Gámez Cersosimo teme que el consumo intensivo de agua y energía producto de la fabricación de chips, junto con la escalada del cambio climático, empeoren las cosas. “En este contexto, asistimos a la llegada de la industria de semiconductores, que depende de millones de litros de agua por día”, comentó.
Impacto ambiental y social
Antes de que la IA empiece a hacer sus épicas demandas de agua y energía, ya están llegando informes de todo el mundo sobre el impacto que los centros de datos están teniendo en los suministros. El número de centros está creciendo tanto en Nigeria —donde se sitúan al lado de ciudadanos que luchan cada día por conseguir suficiente agua potable— como en Uruguay, que sigue adelante con la expansión de los centros de datos a pesar de sufrir una sequía récord. Incluso en India, un país donde los ríos se están secando y las aguas subterráneas están casi agotadas, hay un fuerte crecimiento de los centros de datos.
De acuerdo con Valdivia, los graves problemas socioambientales que causan estos centros se derivan de una evaluación inadecuada durante la planificación, ya que las autoridades, cuando dan el visto bueno a un centro de datos, no tienen en cuenta el ciclo de vida completo de la instalación. “La cadena de suministro comienza con la extracción de recursos naturales, sigue con la fabricación de chips, continúa con los datos operativos de los centros de datos y la IA y concluye con el vertido de residuos electrónicos”, comenta. Las repercusiones son mayores y van más allá de lo que se calcula a priori.
Muchos analistas prevén que la situación empeore.
En un estudio realizado en febrero de 2024 por Josh Lepawsky, profesor de geografía de la Universidad Memorial de Terranova y Labrador (Canadá), se reveló que el 40 % de las instalaciones de semiconductores existentes ya se encuentran en cuencas fluviales con riesgo alto o extremadamente alto de estrés hídrico entre 2030 y 2040.
El deseo extremo de muchos gobiernos de países en desarrollo de atraer inversiones extranjeras causa otros problemas, dado que los funcionarios tienden a dar prioridad a las exigencias de las grandes tecnológicas sobre las continuas y cotidianas necesidades de la población local.
“Cuando el huracán María y el huracán Irma devastaron Puerto Rico, los centros de datos de la isla no pasaron hambre de energía ni sed de agua”, dijo a Mongabay Steven González, experto en centros de datos, cuya familia viene de Puerto Rico. “No tuvieron tiempo de inactividad, incluso cuando los ciudadanos estuvieron sin agua ni electricidad durante meses”. (Google y sus empleados donaron 1,5 millones de dólares a los esfuerzos de recuperación del huracán María).
Externalizar el trabajo sucio de la IA
Las grandes empresas tecnológicas suelen instalarse en países donde los trabajadores ya están mal pagados y la normativa es laxa. Una de las razones es un hecho poco conocido sobre la IA: se necesita un ejército de mano de obra para producir estos productos cibernéticos en apariencia mágicos, inteligentes y automatizados. El texto, las imágenes y los videos de la IA deben ser clasificados, categorizados, limpiados y desintoxicados por humanos, todo de acuerdo con los estándares culturales de Estados Unidos —incluidas las normas estadounidenses sobre incitación al odio, pornografía y violencia extrema— y, en general, son personas de otros países las que realizan este trabajo repetitivo, a menudo aburrido y emocionalmente estresante.
Julián Posada, profesor adjunto del programa de Estudios Americanos de la Universidad de Yale, le contó a Mongabay que gran parte de este trabajo se realizaba históricamente en India, Pakistán y Bangladesh. También se ha denunciado en Filipinas la existencia de talleres clandestinos de explotación de datos de IA, así como la explotación y abuso de trabajadores. Más cerca en el tiempo, América Latina se ha convertido en un punto clave.
Oskarina Fuentes, ingeniera petrolera de formación, le dijo a El País que la crisis económica que estalló en 2016 en Venezuela la obligó a abandonar el país y convertirse en trabajadora invisible de IA en la vecina Colombia. Fuentes trabaja para Appen, una plataforma virtual australiana que recopila datos para las grandes tecnológicas. Su función es “etiquetar datos, mejorar el rendimiento de los bots online”, para lo que ella gana entre 200 y 300 dólares al mes, cerca del salario mínimo.
Dondequiera que haya hiperinflación y una crisis económica pero una buena infraestructura de internet, las empresas de IA vienen a ofrecer trabajo de datos, dijo Posada. Debido a su grave situación económica, dice, Argentina sigue ahora el mismo camino que Venezuela y Colombia.
“Es un modelo muy atractivo para las grandes tecnológicas porque le puedes pagar a la gente centavos de dólar”, declara Posada. Los trabajadores están aislados, no sindicados y bajo vigilancia constante, “por lo que, si su productividad es considerada inadecuada por el algoritmo, pueden ser despedidos a la brevedad”.
Sin embargo, las empresas, dice, no suelen velar tanto por el cumplimiento de la normativa laboral vigente. “Hay muchas pruebas de niños que hacen este trabajo”, comenta Posada. Gran parte de los trabajos no son aptos para adultos, y mucho menos para niños. Posada mostró a Mongabay una plataforma llamada Hive, donde se ofrecía una serie de trabajos de datos, algunos de ellos con el símbolo de un cuchillo que indicaba contenido violento. El símbolo del cuchillo se añadió recientemente, explicó, como única indicación de que los niños no deberían realizar este trabajo. No es extraño que realizar estas tareas día tras día pueda afectar a la salud mental de los trabajadores.
Lehuedé dijo a Mongabay que las empresas tecnológicas europeas y norteamericanas se han destacado en la “externalización del daño”. Se ha demostrado que este tipo de trabajo desmoralizador de la IA está minando la salud mental de los trabajadores de todo el mundo.
Comprar para salir del paso
Las grandes tecnológicas saben que el consumo de energía y agua por parte de la IA está creciendo de forma muy rápida y convirtiéndose en una preocupación política y pública. Sin embargo, Google dijo a Mongabay que algunas de las predicciones más alarmistas pueden no ser exactas.
“Con la IA en un punto de inflexión, predecir el crecimiento futuro del uso de energía y las emisiones de la informática de IA en nuestros centros de datos es un desafío. Históricamente, el consumo energético de los centros de datos ha crecido mucho más despacio que la demanda de potencia de cálculo”, dijo el portavoz de Google. “Hemos utilizado prácticas probadas para reducir la huella de carbono de las cargas de trabajo en grandes márgenes; juntos, estos principios pueden reducir la energía del entrenamiento de un modelo hasta 100 veces y las emisiones hasta 1000 veces. Tenemos previsto seguir aplicando estas prácticas probadas y continuar desarrollando nuevas formas de hacer más eficiente la informática de IA”.
Sin embargo, otros líderes de la industria de la IA reconocen que es muy probable que el actual auge de la alta tecnología no sea sostenible, que el mundo no puede generar suficiente electricidad para sostener la floreciente industria, aunque evitan hablar de los impactos ambientales de la industria.
El director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, advirtió en el Foro Económico Mundial de enero que la industria de la IA, y el mundo, se dirigen hacia una crisis energética catastrófica. “No hay forma [de avanzar] sin un gran avance”, dijo. La solución, añadió, es la fusión nuclear.
En la actualidad, Altman está en conversaciones con inversores, entre ellos el Gobierno de los Emiratos Árabes Unidos, para conseguir financiación para un audaz plan que podría requerir recaudar entre 5 y 7 billones de dólares —lo que sería la mayor inversión individual de la historia mundial—, para financiar un programa de investigación de choque para una transformación energética planetaria.
Pero incluso si la fusión nuclear a esta gran escala resulta viable, los resultados se notarían recién a mediados de siglo, dicen los críticos, e incluso entonces la solución no resolvería la inminente crisis hídrica ni la crisis de la contaminación, sino que la agravaría enormemente.
Los analistas dicen que la idea de Altman también es simplista porque no tiene en cuenta los efectos adversos que un proyecto de infraestructura energética tan gigantesco tendría en los nueve límites planetarios, de los cuales la humanidad ya ha transgredido de forma peligrosa seis.
Johan Rockström, científico especializado en el sistema terrestre, afirmó no hace mucho que lo que se necesita con urgencia hoy en día es “una transformación global de la sostenibilidad” y que cualquier esfuerzo humano a gran escala que se emprenda ahora debe considerar con cuidado sus impactos positivos y negativos en los nueve límites planetarios, de los cuales el cambio climático es solo uno.
Sin la realización de esta evaluación ambiental integral, el avance energético de Altman solo podría acelerar el crecimiento, lo que crearía problemas de pesadilla. Por ejemplo, antes de continuar con un proyecto de este tipo, sería importante evaluar la contaminación provocada por la rápida intensificación de la IA y los residuos electrónicos de los centros de datos (que ya son el flujo de residuos de más rápido crecimiento y más tóxicos del mundo), por no mencionar el riesgo que plantean las nuevas centrales nucleares de fusión.
Otros abogan por un enfoque totalmente distinto. Señalan que muchos de los datos que se almacenan en estos centros son basura irrelevante, ya que el 80 % proviene de videos, y que es hora de limpiar nuestro vasto desván electrónico. Estos críticos quieren controles de calidad mucho más estrictos y normas de seguridad más rigurosas para la IA. También quieren un proceso de consulta mucho más amplio antes de dar luz verde a la construcción de nuevos centros de datos.
Valdivia afirma que “el capitalismo de la cadena de suministro de la IA debería analizarse desde ‘abajo y a la izquierda’”, un lema acuñado por el movimiento revolucionario zapatista de México que sostiene que las economías deben examinarse desde la perspectiva de los oprimidos históricos.
Dice que esto “aporta una perspectiva radical y crítica, desvelando los daños algorítmicos relacionados con el extractivismo, la desposesión y la capacidad destructiva del capitalismo. Dado el contexto actual de emergencia climática, la comunidad de la IA debería adoptar esta perspectiva”.
Algunos científicos del sistema Tierra piensan en la misma línea, argumentando que a los nueve límites planetarios ambientales para mantener un “espacio operativo seguro para la humanidad” hay que añadirles un décimo límite social que evalúe la justicia humana.
“Necesitamos mantener una conversación democrática a escala mundial sobre la distribución de los centros de datos, una que dé voz y derechos a la gran extensión de la humanidad y a la enorme diversidad de la naturaleza”, dijo Lehuedé. “Creo que el núcleo del problema es la imposición de una visión ecológica tecnológica por parte del norte global al sur global”.
Esta imposición no es nueva en la IA. Tiene 500 años de historia en América Latina. De acuerdo con Valdivia, los colonizadores españoles desviaron el agua hacia sus asentamientos elitistas e industrias, lo que condujo “a una desestabilización de los equilibrios hídricos naturales y al despojo de las comunidades indígenas en Querétaro“, en México.
Las comunidades latinoamericanas se muestran cada vez más recelosas ante lo que consideran injusticias ambientales y sociales impuestas por las grandes tecnológicas. Valdivia recuerda que, cuando se acercaba el Día de los Muertos, se encontró con una protesta frente al edificio de la municipalidad de Querétaro. Los manifestantes portaban carteles en los que se leía: “No es sequía, sino saqueo”, “El agua no es un negocio” y “Agua para la gente, no para las empresas”. Quizá sea hora de que Google y los demás escuchen, dijo.