Teledetección: la técnica satelital que muestra cómo están desapareciendo las playas chilenas
Desde el espacio se puede observar la rápida erosión de la costa, pero también qué debemos hacer para detenerla.
Habían pasado unos quince años sin que Francisca Moreno se bañara en Algarrobo, el balneario en el que cada verano de su infancia se metía al mar. Volvió en febrero, el de 2024, ansiosa de activar recuerdos, hinchada de nostalgia. Pero la afilada aguja de la realidad la desinfló rápidamente: su playa de toda la vida había desaparecido. Casi literalmente.
“Quería poner mi toalla en el mismo lugar donde fui siempre, en la Playa Los Tubos, pero cuando llegué me encontré con que apenas había espacio para estar de pie”, cuenta Francisca, quien al principio se sintió confundida. ¿Seguro que esta era la playa en la que solía jugar de pequeña? ¿Realmente se achicó o será que ella había crecido?
Francisca dudó de sus recuerdos: no siempre se puede confiar en la memoria para medir un cambio en el paisaje, sobre todo después de tanto tiempo. Pero no estaba equivocada: esa playa de Algarrobo, como tantas otras en Chile, se estaba volviendo cada vez más angosta.
Lo comprueban no solo las percepciones subjetivas de habitantes o turistas, sino que la objetiva rigurosidad de la teledetección, una técnica que permite obtener datos de la superficie terrestre desde largas distancias, como la de los satélites. No se trata únicamente de imágenes: estos sensores, además, reciben un montón de datos electromagnéticos, los cuales se procesan y luego se convierten en información muy valiosa sobre las aguas, los suelos, el clima, los vegetales y mucho más.
A eso, desde 2017, se dedica el Centro de Observación de la Tierra Hémera, de la Universidad Mayor, uno de los pocos dedicados a la teledetección en Chile. Y en su proyecto Moncosta, una red nacional de monitoreo de la costa chilena, han podido demostrar que muchas de nuestras playas se están extinguiendo.
“A partir de imágenes satelitales, como algunas provenientes de la NASA y otras de la Unión Europea, identificamos las líneas de costa”, explica Waldo Pérez, doctor en Geomática y director de Hémera. “Analizamos imágenes desde el año 1984, la fecha más antigua de la que se disponen datos a nivel global, hasta el presente, y con esa información calculamos las tasas de erosión”.
La tasa de erosión es la cantidad de metros de arena, sedimentos o rocas que pierde una playa al año contra el avance del mar. En balnearios de la Región de Valparaíso —y que en los próximos años se ampliará a las de O’Higgins y el Maule—, los estudios de Hemera han podido detectar tasas de hasta casi 5 metros por año, como sucede en ciertas playas de Algarrobo.
Francisca no exageraba: donde hace una década había varias decenas de metros de arena para tumbarse bajo el sol, hoy la marea casi no deja espacio, y golpea a los pies de la famosa laguna artificial de San Alfonso del Mar. Pérez no le ve mucho futuro a esa infraestructura: “prontamente esa piscina se va a venir abajo”, dice sin ninguna duda.
“Muchas de las playas chilenas van a desaparecer en un periodo corto o muy cercano”, agrega. “Las regiones más críticas en cuanto a tasa de erosión son Atacama, Coquimbo, Valparaíso y, más al sur, Biobío y Los Lagos”.
Teledetección: mirar con perspectiva
Así como los árboles no dejan ver el bosque, la superficie de la Tierra no siempre nos permite observarla con perspectiva. Son tantos los detalles que nos rodean que solo mediante una suficiente distancia podemos obtener esa gran panorámica, la famosa big picture, indispensable para identificar esos cambios que parecen sutiles o subjetivos, pero que en realidad son enormes y trascendentales.
La telemetría es hoy una técnica indispensable para observar y medir con exactitud el retroceso de los glaciares, la pérdida o crecimiento de los bosques, el estado de conservación de la flora, los niveles hídricos del suelo, las variables climáticas, indicadores de sequía o planificación urbana, entre tantas otras cosas.
Así funciona la teledetección (en términos muy simples).
“La percepción remota entrega una gama amplia de herramientas y métodos para su aplicación a diferentes escalas espaciales y temporales”, señala Pérez. Por ejemplo, resulta muy útil para la agricultura, pues a partir de imágenes satélitales se obtiene información “sobre la extensión de cultivos plantados y cosechados anualmente, se estima su productividad, se realiza el seguimiento de su estado fenológico y se monitorean las variables ambientales que pueden modificar su productividad, como las anomalías de temperatura, precipitación, plagas, humedad del suelo y evapotranspiración”
Para realizar estos análisis, el Centro Hémera utiliza imágenes satelitales de acceso gratuito, algunas provenientes de la NASA y otras provenientes de la Unión Europea, que se caracterizan por tener añadida una enorme cantidad de información electromagnética, que en la jerga se conocen como bandas.
“Hay principalmente dos tipos de imágenes”, dice Pérez. “Una es la multiespectral, que generalmente tiene entre cinco y quince bandas, y otra es la hiperespectral, que puede tener 300, 400 o más de 500 bandas de información”.
A mayor cantidad de bandas, lógicamente, también aumentan los datos y con ellos las posibilidades de hacer diferentes análisis y diagnósticos.
Los distintos cuerpos terrestres tienen diferentes espectros electromagnéticos: mientras la vegetación genera una energía particular, que queda registrada en una clase de banda, el agua emite otra, los minerales otra y así. Por eso no se trata solo de una detallada y bonita foto desde las alturas; la teledetección es una forma de investigación, pues ayuda a estudiar y comparar en profundidad vastas zonas geográficas, a detectar fenómenos y promover soluciones.
Lo que hacen en Moncosta con las playas, revisando cómo avanza la erosión año a año, permite no solo constatar el problema, sino que también establecer causas —en este caso, las marejadas que aumentan con el cambio climático y también la explotación de zonas costeras— y eventuales maneras de detenerla.
“Una de las medidas de mitigación es proteger estas áreas e impedir que, por ejemplo, las dunas, que son una barrera de protección para las playas, sean intervenidas con proyectos inmobiliarios o turísticos”, señala el director de Hémera. “¿Por qué? Porque terminan acelerando el proceso. Y la mejor medida para conseguirlo es actualizar los planes reguladores, generando más zonas de protección y de conservación dentro de la zona litoral”.
Lamentablemente, agrega Pérez, en Chile estamos “muy atrasados” al respecto. “Todavía se está discutiendo en el Congreso la famosa Ley de Costas, que entre más se demora, menos podremos mitigar la pérdida de estos ecosistemas.
La presión económica, dice, tanto inmobiliaria como industrial, ha retrasado esta legislación. Mientras tanto, se mantienen planos reguladores costeros antiguos, “algunos sin actualizaciones en más de 20 años o 30 años, lo que provoca que esas zonas aún se puedan seguir ocupando”.
Aunque la teledetección está ahí para entregar insumos que alerten sobre estas consecuencias, nuestro país no aprovecha suficiente esta técnica. Todavía hay muy pocos profesionales capacitados y calificados en el tema, existe una carencia de carreras, programas o posgrados especializados, y Chile tampoco cuenta con una agencia espacial. “Somo el único país sudamericano, junto a Uruguay, que no dispone de una”, alega Pérez.
Recientemente, eso sí, se puso en marcha el Sistema Nacional Espacial (SNSat), liderado por la Fuerza Aérea, que está orientado a la observación de la tierra, a través de micro y nanosatélites nacionales, y una constelación de satélite internacionales para las próximas décadas.
Eso nos permitirá ver con perspectiva, que tanto nos falta por estos días, cuáles son los principales problemas que nos afectan, por qué se producen y cómo podemos resolverlos.
Habían pasado unos quince años sin que Francisca Moreno se bañara en Algarrobo, el balneario en el que cada verano de su infancia se metía al mar. Volvió en febrero, el de 2024, ansiosa de activar recuerdos, hinchada de nostalgia. Pero la afilada aguja de la realidad la desinfló rápidamente: su playa de toda la vida había desaparecido. Casi literalmente.
“Quería poner mi toalla en el mismo lugar donde fui siempre, en la Playa Los Tubos, pero cuando llegué me encontré con que apenas había espacio para estar de pie”, cuenta Francisca, quien al principio se sintió confundida. ¿Seguro que esta era la playa en la que solía jugar de pequeña? ¿Realmente se achicó o será que ella había crecido?
Francisca dudó de sus recuerdos: no siempre se puede confiar en la memoria para medir un cambio en el paisaje, sobre todo después de tanto tiempo. Pero no estaba equivocada: esa playa de Algarrobo, como tantas otras en Chile, se estaba volviendo cada vez más angosta.
Lo comprueban no solo las percepciones subjetivas de habitantes o turistas, sino que la objetiva rigurosidad de la teledetección, una técnica que permite obtener datos de la superficie terrestre desde largas distancias, como la de los satélites. No se trata únicamente de imágenes: estos sensores, además, reciben un montón de datos electromagnéticos, los cuales se procesan y luego se convierten en información muy valiosa sobre las aguas, los suelos, el clima, los vegetales y mucho más.
A eso, desde 2017, se dedica el Centro de Observación de la Tierra Hémera, de la Universidad Mayor, uno de los pocos dedicados a la teledetección en Chile. Y en su proyecto Moncosta, una red nacional de monitoreo de la costa chilena, han podido demostrar que muchas de nuestras playas se están extinguiendo.
“A partir de imágenes satelitales, como algunas provenientes de la NASA y otras de la Unión Europea, identificamos las líneas de costa”, explica Waldo Pérez, doctor en Geomática y director de Hémera. “Analizamos imágenes desde el año 1984, la fecha más antigua de la que se disponen datos a nivel global, hasta el presente, y con esa información calculamos las tasas de erosión”.
La tasa de erosión es la cantidad de metros de arena, sedimentos o rocas que pierde una playa al año contra el avance del mar. En balnearios de la Región de Valparaíso —y que en los próximos años se ampliará a las de O’Higgins y el Maule—, los estudios de Hemera han podido detectar tasas de hasta casi 5 metros por año, como sucede en ciertas playas de Algarrobo.
Francisca no exageraba: donde hace una década había varias decenas de metros de arena para tumbarse bajo el sol, hoy la marea casi no deja espacio, y golpea a los pies de la famosa laguna artificial de San Alfonso del Mar. Pérez no le ve mucho futuro a esa infraestructura: “prontamente esa piscina se va a venir abajo”, dice sin ninguna duda.
“Muchas de las playas chilenas van a desaparecer en un periodo corto o muy cercano”, agrega. “Las regiones más críticas en cuanto a tasa de erosión son Atacama, Coquimbo, Valparaíso y, más al sur, Biobío y Los Lagos”.
Teledetección: mirar con perspectiva
Así como los árboles no dejan ver el bosque, la superficie de la Tierra no siempre nos permite observarla con perspectiva. Son tantos los detalles que nos rodean que solo mediante una suficiente distancia podemos obtener esa gran panorámica, la famosa big picture, indispensable para identificar esos cambios que parecen sutiles o subjetivos, pero que en realidad son enormes y trascendentales.
La telemetría es hoy una técnica indispensable para observar y medir con exactitud el retroceso de los glaciares, la pérdida o crecimiento de los bosques, el estado de conservación de la flora, los niveles hídricos del suelo, las variables climáticas, indicadores de sequía o planificación urbana, entre tantas otras cosas.
Así funciona la teledetección (en términos muy simples).
“La percepción remota entrega una gama amplia de herramientas y métodos para su aplicación a diferentes escalas espaciales y temporales”, señala Pérez. Por ejemplo, resulta muy útil para la agricultura, pues a partir de imágenes satélitales se obtiene información “sobre la extensión de cultivos plantados y cosechados anualmente, se estima su productividad, se realiza el seguimiento de su estado fenológico y se monitorean las variables ambientales que pueden modificar su productividad, como las anomalías de temperatura, precipitación, plagas, humedad del suelo y evapotranspiración”
Para realizar estos análisis, el Centro Hémera utiliza imágenes satelitales de acceso gratuito, algunas provenientes de la NASA y otras provenientes de la Unión Europea, que se caracterizan por tener añadida una enorme cantidad de información electromagnética, que en la jerga se conocen como bandas.
“Hay principalmente dos tipos de imágenes”, dice Pérez. “Una es la multiespectral, que generalmente tiene entre cinco y quince bandas, y otra es la hiperespectral, que puede tener 300, 400 o más de 500 bandas de información”.
A mayor cantidad de bandas, lógicamente, también aumentan los datos y con ellos las posibilidades de hacer diferentes análisis y diagnósticos.
Los distintos cuerpos terrestres tienen diferentes espectros electromagnéticos: mientras la vegetación genera una energía particular, que queda registrada en una clase de banda, el agua emite otra, los minerales otra y así. Por eso no se trata solo de una detallada y bonita foto desde las alturas; la teledetección es una forma de investigación, pues ayuda a estudiar y comparar en profundidad vastas zonas geográficas, a detectar fenómenos y promover soluciones.
Lo que hacen en Moncosta con las playas, revisando cómo avanza la erosión año a año, permite no solo constatar el problema, sino que también establecer causas —en este caso, las marejadas que aumentan con el cambio climático y también la explotación de zonas costeras— y eventuales maneras de detenerla.
“Una de las medidas de mitigación es proteger estas áreas e impedir que, por ejemplo, las dunas, que son una barrera de protección para las playas, sean intervenidas con proyectos inmobiliarios o turísticos”, señala el director de Hémera. “¿Por qué? Porque terminan acelerando el proceso. Y la mejor medida para conseguirlo es actualizar los planes reguladores, generando más zonas de protección y de conservación dentro de la zona litoral”.
Lamentablemente, agrega Pérez, en Chile estamos “muy atrasados” al respecto. “Todavía se está discutiendo en el Congreso la famosa Ley de Costas, que entre más se demora, menos podremos mitigar la pérdida de estos ecosistemas.
La presión económica, dice, tanto inmobiliaria como industrial, ha retrasado esta legislación. Mientras tanto, se mantienen planos reguladores costeros antiguos, “algunos sin actualizaciones en más de 20 años o 30 años, lo que provoca que esas zonas aún se puedan seguir ocupando”.
Aunque la teledetección está ahí para entregar insumos que alerten sobre estas consecuencias, nuestro país no aprovecha suficiente esta técnica. Todavía hay muy pocos profesionales capacitados y calificados en el tema, existe una carencia de carreras, programas o posgrados especializados, y Chile tampoco cuenta con una agencia espacial. “Somo el único país sudamericano, junto a Uruguay, que no dispone de una”, alega Pérez.
Recientemente, eso sí, se puso en marcha el Sistema Nacional Espacial (SNSat), liderado por la Fuerza Aérea, que está orientado a la observación de la tierra, a través de micro y nanosatélites nacionales, y una constelación de satélite internacionales para las próximas décadas.
Eso nos permitirá ver con perspectiva, que tanto nos falta por estos días, cuáles son los principales problemas que nos afectan, por qué se producen y cómo podemos resolverlos.