Sacrificar nuestros territorios y ecosistemas por el hidrógeno “verde”
El dilema al que se enfrenta Chile es evidente: ¿deberíamos sacrificar nuestros ecosistemas y territorios para permitir que otros países aún más contaminantes cumplan con sus objetivos de descarbonización?
En un contexto global marcado por la urgencia de abordar el cambio climático y avanzar hacia formas más sostenibles de producción y consumo de energía, el hidrógeno “verde” surgió como una alternativa crucial para la descarbonización a nivel mundial.
A medida que los países industrializados –responsables de la crisis climática– buscan reducir su dependencia a los combustibles fósiles, nuestro país se ve presionado a sacrificar sus propios territorios y ecosistemas para alimentar la transición energética global. La producción de hidrógeno verde, que sería impulsada por la abundante energía solar y eólica producida en el norte y sur, respectivamente, se vende como una oportunidad única y tentadora para generar una nueva identidad productiva para Chile, pero ¿a qué costo?
En un reciente informe publicado por Fundación Terram, hicimos una revisión de las políticas de promoción que buscan posicionar a Chile como potencial líder en la futura economía global del hidrógeno verde. Entre estas se encuentra la Estrategia Nacional de Hidrógeno Verde, elaborada durante el segundo Gobierno de Piñera, y el Plan de Acción de Hidrógeno Verde, realizado en el actual Gobierno “ecologista” de Gabriel Boric. Mientras que este último viene a materializar la estrategia anteriormente elaborada, ambos instrumentos implican un desarrollo acelerado de la infraestructura necesaria para la producción de hidrógeno, con el objetivo de abastecer a los países desarrollados que buscan reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) sin afectar su actual calidad de vida.
Detrás de estas políticas de promoción no ha existido ningún tipo de cuestionamiento al uso que se le dará a este vector energético. Mucho menos se ha cuestionado el modelo de desarrollo y los patrones de consumo que han propiciado la triple crisis planetaria (cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad) que actualmente estamos viviendo, donde los países desarrollados tienen la mayor responsabilidad.
Lamentablemente, este impulso viene acompañado de consecuencias no deseadas relacionadas, principalmente, con la magnitud que implica instalar toda esta industria en Chile. El mercado global del hidrógeno verde es aún incipiente, ya que casi la totalidad de la producción de hidrógeno industrial se basa en combustibles fósiles. Asimismo, hoy en día este vector energético aún no es competitivo en términos de costos de producción, por lo tanto, las proyecciones de exportación de hidrógeno y sus derivados, a corto y mediano plazo, tienen un alto nivel de incertidumbre.
Nuestro país no solo enfrentará el desafío del rápido desarrollo de esta industria y sus implicancias en la ocupación del territorio y el impacto en los ecosistemas, sino que también deberá proporcionar financiamiento público a través de diversos mecanismos a empresas privadas para asegurar sus inversiones y lograr que el mercado sea competitivo.
El dilema al que se enfrenta Chile es evidente: ¿deberíamos sacrificar nuestros ecosistemas y territorios para permitir que otros países aún más contaminantes cumplan con sus objetivos de descarbonización? Si bien la producción de hidrógeno verde puede generar oportunidades económicas y posicionar a Chile como un actor clave en la economía global, debemos abordar estas cuestiones con seriedad y responsabilidad. La necesidad de establecer una regulación adecuada para la producción, manejo y uso del hidrógeno es fundamental para proteger el medio ambiente y garantizar la seguridad de las comunidades locales.
Es necesario tomar conciencia del sobredimensionamiento que se está planteando para esta industria, basado en especulaciones de un mercado incipiente que provocará la generación de nuevas zonas de sacrificio. Si bien es crucial contribuir a la lucha contra el cambio climático, no debemos hacerlo a expensas de nuestros propios ecosistemas y territorios. Es hora de un diálogo abierto y transparente sobre el papel de Chile en la transición energética global y cómo podemos avanzar de manera sostenible hacia un futuro más limpio y equitativo para todas y todos.
En un contexto global marcado por la urgencia de abordar el cambio climático y avanzar hacia formas más sostenibles de producción y consumo de energía, el hidrógeno “verde” surgió como una alternativa crucial para la descarbonización a nivel mundial.
A medida que los países industrializados –responsables de la crisis climática– buscan reducir su dependencia a los combustibles fósiles, nuestro país se ve presionado a sacrificar sus propios territorios y ecosistemas para alimentar la transición energética global. La producción de hidrógeno verde, que sería impulsada por la abundante energía solar y eólica producida en el norte y sur, respectivamente, se vende como una oportunidad única y tentadora para generar una nueva identidad productiva para Chile, pero ¿a qué costo?
En un reciente informe publicado por Fundación Terram, hicimos una revisión de las políticas de promoción que buscan posicionar a Chile como potencial líder en la futura economía global del hidrógeno verde. Entre estas se encuentra la Estrategia Nacional de Hidrógeno Verde, elaborada durante el segundo Gobierno de Piñera, y el Plan de Acción de Hidrógeno Verde, realizado en el actual Gobierno “ecologista” de Gabriel Boric. Mientras que este último viene a materializar la estrategia anteriormente elaborada, ambos instrumentos implican un desarrollo acelerado de la infraestructura necesaria para la producción de hidrógeno, con el objetivo de abastecer a los países desarrollados que buscan reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) sin afectar su actual calidad de vida.
Detrás de estas políticas de promoción no ha existido ningún tipo de cuestionamiento al uso que se le dará a este vector energético. Mucho menos se ha cuestionado el modelo de desarrollo y los patrones de consumo que han propiciado la triple crisis planetaria (cambio climático, la contaminación y la pérdida de biodiversidad) que actualmente estamos viviendo, donde los países desarrollados tienen la mayor responsabilidad.
Lamentablemente, este impulso viene acompañado de consecuencias no deseadas relacionadas, principalmente, con la magnitud que implica instalar toda esta industria en Chile. El mercado global del hidrógeno verde es aún incipiente, ya que casi la totalidad de la producción de hidrógeno industrial se basa en combustibles fósiles. Asimismo, hoy en día este vector energético aún no es competitivo en términos de costos de producción, por lo tanto, las proyecciones de exportación de hidrógeno y sus derivados, a corto y mediano plazo, tienen un alto nivel de incertidumbre.
Nuestro país no solo enfrentará el desafío del rápido desarrollo de esta industria y sus implicancias en la ocupación del territorio y el impacto en los ecosistemas, sino que también deberá proporcionar financiamiento público a través de diversos mecanismos a empresas privadas para asegurar sus inversiones y lograr que el mercado sea competitivo.
El dilema al que se enfrenta Chile es evidente: ¿deberíamos sacrificar nuestros ecosistemas y territorios para permitir que otros países aún más contaminantes cumplan con sus objetivos de descarbonización? Si bien la producción de hidrógeno verde puede generar oportunidades económicas y posicionar a Chile como un actor clave en la economía global, debemos abordar estas cuestiones con seriedad y responsabilidad. La necesidad de establecer una regulación adecuada para la producción, manejo y uso del hidrógeno es fundamental para proteger el medio ambiente y garantizar la seguridad de las comunidades locales.
Es necesario tomar conciencia del sobredimensionamiento que se está planteando para esta industria, basado en especulaciones de un mercado incipiente que provocará la generación de nuevas zonas de sacrificio. Si bien es crucial contribuir a la lucha contra el cambio climático, no debemos hacerlo a expensas de nuestros propios ecosistemas y territorios. Es hora de un diálogo abierto y transparente sobre el papel de Chile en la transición energética global y cómo podemos avanzar de manera sostenible hacia un futuro más limpio y equitativo para todas y todos.